Guía para votar bien
Por Alvaro Alexánder Sotelo Castro
En el Perú, para ser elegido presidente de la república se requiere ser peruano de nacimiento, tener más de treinta y cinco (35) años de edad al momento de la postulación y gozar del derecho de sufragio. Tal vez por ello los candidatos presidenciales suelen ser tan variados como la cantidad de microclimas que tenemos en el Perú. Con diecisiete (17) fórmulas presidenciales inscritas en el Jurado Nacional de Elecciones da la impresión de que la mayor parte de las preferencias políticas de los peruanos deberían estar más o menos bien representadas. Sin embargo, los números no acompañan esta hipótesis.
En la encuesta realizada por CPI, a un mes de las elecciones, se encontró que el número de personas que afirma no tener un candidato que se acomode a sus preferencias ronda el 50 %. Es más, el 86 % de los electores refiere que está algo o nada interesado en el proceso electoral. ¿A qué se debe esto? Cuando el derecho a votar se vuelve una obligación, se pierde la motivación, y los resultados no son los esperados. Muchos no van a las urnas con la convicción de elegir, sino para ahorrarse el costo de la sanción. Ahora, me atrevo a pronosticar que, producto de la pandemia, el ausentismo será un gran problema en las elecciones, sobre todo de los miembros de mesa. Urgen, pues, profundas reformas electorales.
De acuerdo con Dwight Eisenhower, «la política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano». Sin embargo, esto no ocurre en la mayoría de electores peruanos, tal vez es porque existe la percepción de que nada va a cambiar por un voto; pero, cuando la apatía se vuelve general, las consecuencias pueden ser desastrosas. Es trágico y duro pensar que muchos electores invierten más tiempo en elegir un nuevo celular que en elegir a sus autoridades. Uno es la suma de sus decisiones: buenas decisiones conducen a buenos resultados y lo opuesto en caso contrario. Las malas decisiones electorales han provocado el gran estancamiento en el país: la inestabilidad política no nos permite crecer, desarrollarnos ni evolucionar como sociedad.
El método de «ensayo y error», en el tiempo, ha hecho posible que podamos dar cierta verificación a la experiencia y, con ello, tratar de entender cómo funcionan las cosas. Ello te lleva a meditar tus decisiones y realizar un análisis causa-efecto para no volver a equivocarte o, dicho de otro modo, para no tropezar dos veces con la misma piedra. Entonces, ¿por qué consistentemente seguimos tan descontentos con la elección de nuestras autoridades? El problema se debe a que las personas no están sintonizadas con la política; les parece costoso informarse, aunque, muchas veces, es más caro no hacer el esfuerzo. Ya lo decía Winston Churchill: «La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces». Las cosas siempre pueden ser peores: la apatía no es una elección valiente.
Las preferencias ideológicas en política son como los gustos musicales o las posturas religiosas: todos creen tener la razón y, cuando los argumentos no son suficientes, se presentan posiciones casi dogmáticas. Por ello, no entraré en detalle sobre qué opción ideológica es mejor que otra; no obstante, hay características de los candidatos que son transversales que conviene analizar para tomar la mejor decisión.
La primera idea que quiero compartir es que la elección presidencial se debe comparar con el proceso de contratación de un CEO. La analogía es la siguiente: un presidente es el CEO de un país, y, como tal, debe cumplir con ciertas cualidades para ser puesto en el cargo. Tomar una mala decisión ahora significa padecerlo durante cinco años. Al ser el funcionario público más relevante y visible del país, su eventual éxito es lo mejor para todos. Entonces, ¿qué características buscarías para contratar al próximo presidente?
Según Warren Buffett, uno de los mejores inversionistas del mundo, «cuando contratas a alguien, debes buscar tres cualidades: integridad, inteligencia y energía. Si la persona que contratas no tiene la primera, las otras dos te matarán. Si lo piensas, tiene sentido. Si contratas a alguien sin integridad, realmente debes de querer que sea tonto y perezoso». La integridad es la virtud más importante al momento de elegir: es el requisito mínimo, pero no suficiente. Con buenas intenciones no se construye un país: el líder también tiene que ser competente.
Los autores coinciden en que las cualidades más valiosas de los candidatos presidenciales son las siguientes:
- Eficacia como comunicador público: nuestros últimos presidentes han sido comunicadores poco efectivos, chatos y con pocos recursos. Conocer el auditorio, transmitir con claridad los mensajes, prestar atención a la audiencia y utilizar un adecuado lenguaje no verbal es un requisito básico del próximo líder del país. Se agradecerá que el candidato pueda cultivar la virtud de la comunicación efectiva. El llamado a liderar la estrategia contra la pandemia, durante la segunda mitad del año, tendrá que estar depurado en ese campo.
- Capacidad para liderar y organizar equipos: poder forjar un equipo de trabajo competente, interdisciplinario y efectivo es de vital importancia. Los presidentes no son especialistas en todo, y eso no es un pecado, pero refuerza la necesidad de poder formar buenos equipos. Este equipo debe tener la capacidad de reducir la tendencia de los subordinados a decirle a su jefe lo que sienten que quiere escuchar. Un equipo que advierte de los errores es lo que necesita todo líder que busque el éxito.
- Inteligencia emocional, asertividad y tolerancia: no son el fuerte de los políticos peruanos. Es más, predominan la confrontación y la belicosidad que incluso se venden como atributos de candidatos que no «arrugan» o «no se corren», y que, sin embargo, solo demuestran la poca madurez de nuestros políticos. No es que se requiera un político displicente y pusilánime, pero seamos claros en política «el que se pica pierde y patear el tablero no soluciona nada». El presidente tiene que tener un elevado nivel de inteligencia emocional.
- Busquemos la coherencia en los candidatos, analizando la congruencia en las propuestas presidenciales y contrastando los argumentos que exponen con sus antecedentes. Los debates presidenciales son espacios propicios para escuchar argumentos de cada candidato y establecer puntos de comparación, así se podrá verificar la coherencia entre lo que se dice, se piensa y se hace. De acuerdo con Nikita Krusev, «los políticos son iguales en todas partes: prometen construir un puente incluso donde no hay río». Bueno, pues, tratemos de minimizar esa tendencia en nuestros políticos.
Ahora bien, por mi formación económica, me veo en la obligación de advertir las señales de alerta en los candidatos de tu preferencia, que puedes detectar si te lo propones.
Tienes que temer si el candidato tiene un «tufillo» populista en sus propuestas. ¿Cómo lo identificas? Si la propuesta es demasiado buena para ser cierta. En la mayoría de casos estas propuestas de campaña son desmentidas por los expertos. Entonces, te están ofreciendo cosas que, por construcción, saben que es muy difícil de cumplir; y, aun así, lo hacen. En necesario señalar que el populismo puede ser de derecha o izquierda: no tiene color político definido, así que mucho cuidado.
Propuestas presidenciales que solo inciden en el mayor gasto público. El clásico «Shock de inversiones». El presupuesto público es finito y no puede crecer indefinidamente. Más presupuesto tampoco asegura más gasto y mucho menos el logro de resultados. Por último, me parece conveniente mencionar que hace mucho tiempo el principal factor que mueve la economía nacional es el sector privado (consumo privado e inversión privada): aumentar el gasto público puede ser una promesa que suena bien en el papel, pero no garantiza nada.
Finalmente, evita a los candidatos que mencionen reformas en el BCRP; allí sí tenemos mucho que perder: ofrecer cambios en una institución de élite es un despropósito. La estabilidad económica que tenemos fue forjada durante décadas gracias a la autonomía de la institución, pero esa solidez puede ser un espejismo si los políticos intervienen.
Después de todas las restricciones apuntadas, caigo en cuenta de que es poco probable o casi imposible encontrar un candidato que cumpla con todas las condiciones. Pero, en un mundo en el que lo perfecto es enemigo de lo bueno, sugiero buscar un candidato que cumpla con la mayor cantidad de requisitos planteados.
Buena suerte.